miércoles, 18 de septiembre de 2013

Un Venado Entre La Niebla

Por: Jesús Moreno Niño.

Todos los cazadores anhelamos cazar un venado muy grande. Otros nos conformamos con al menos poder ver en el campo un venado muy grande.

Pues bien... contaré mi historia.

Era la temporada de caza 1993-1994, habíamos rentado un rancho en Nuevo Laredo que estaba atrás de la Aduana y colindaba con extraordinarios ranchos como La Reforma y El Milagro, que es la ganadería de toros de lidia, de Cuco Peña. Y teníamos muy cerca el rancho Los Cristales.

El rancho que rentamos se llamaba San Antonio y no era muy grande, apenas unas 350 hectáreas, pero tenía unas brechas muy anchas y limpias.
José Ángel "Kanke" Domínguez, el dueño del rancho, tenía pasión por mantener las brechas limpias.

Junto al portón de entrada "Kanke" tenía un riel de ferrocarril adaptado con un tirón de remolque. Y cada vez que él o nosotros entrábamos al rancho, era obligatorio colocar el riel en la bola de la camioneta y darle unas vueltas a las brechas del rancho.

Con ese mantenimiento tan simple las brechas se mantenían limpias de hierba, muy parejas y sin pozos o bordos.

La casa del rancho San Antonio era de dos pisos, una extraña construcción de block, piedra  y madera, tenía un aire europeo, incluso se veía elegante.
Su techo era muy elevado y era de dos aguas y tenía además otras pendientes cruzadas.

Toda la casa era un solo cuarto muy grande sin divisiones, la planta baja servía de cocina, sala comedor y baño. Tenía en el centro  una escalera de caracol  de puro tablón de mezquite, que te subía a un tapanco. El tapanco ocupaba solo medio cuarto y servía de recámara colectiva. Si te levantabas de la cama y dabas un par de pasos, veías toda la planta baja.

En esa casa tan extraña pasamos unas noches de miedo.

Pues aunque no pretendo contarles una historia de terror, debo dejar muy en claro que en ese rancho  si espantaban y en serio y tenías que ser muy cojonudo para aguantar el miedo y volverte a dormir.

No fue una, fueron muchas noches en las que escuchamos que alguien cortaba leña con un hacha en plena madrugada. Aluzabas con la lámpara hacia donde se escuchaba el sonido y no veías nada.

Pero en la mañana encontrabas mucha astilla o corteza de mezquite precisamente la que se desprende cuando lo cortas con el hacha.
Al principio nos intrigaba, pero luego cuando agarramos algo de confianza, hasta barríamos en la noche y en la mañana encontrábamos las astillas de mezquite en el piso, en donde escuchábamos que cortaban la leña. 

No fue una, fueron muchas noches en que nos despertábamos porque de pronto salían llamas de la chimenea y al asomarnos desde el tapanco efectivamente  veíamos las llamas que salían de entre las cenizas y no había ningún leño encima.

Esas llamas poco a poco disminuían de intensidad y de pronto se apagaban y en ese momento el cuarto se helaba... pues un viento congelante y denso era prácticamente tangible en el interior del cuarto… sí de por si las noches de invierno son frías, imagínate que el frío se intensificara doblemente.

Otras noches estando dormido sentías la presencia de alguien  o de algo que estaba frente a tu cara, podías hasta escuchar la respiración. Encendíamos la linterna y no había nadie.

En el rancho San Antonio, cazamos varios años.

Tiempo  después cuando empezó la construcción de la carretera que le llamamos "de concreto, de Nuevo Laredo a Colombia", en el  rancho San Antonio se instaló el campamento de los trabajadores de la carretera.

Como en el casco del rancho y en las brechas teníamos artículos y cosas personales, acudí una tarde al rancho a recoger nuestras pertenencias.
Eran las 4 de la tarde y en la casa estaban solamente dos trabajadores que dijeron ser los cocineros del campamento.

Yo estaba triste pues en ese rancho habíamos pasado extraordinarias temporadas de cacería y habíamos cazado y visto excelentes venados.
Pero nuestro tiempo en San Antonio se había terminado.

Ahora la placeta del casco estaba llena de maquinaria, de toneles de diésel, había herramienta tirada por todas partes y el piso tenía enormes manchas de aceite, producto de las fugas de la maquinaria pesada.

La hermosa casa estilo europeo lucía sucia y descuidada.

La construcción de la carretera tenía unos tres meses de haberse iniciado y ya sabíamos que duraría cuando menos un par de años, por eso optamos por dejar ese rancho.
Así que esa tarde prácticamente yo le estaba diciendo adiós al rancho, ya que "Kanke" el dueño de San Antonio,  les había rentando el casco del rancho a la constructora como campamento base y como oficina.

Luego de recoger nuestras cosas y subirlas a mi camioneta, me dirigí a los cocineros, que curiosos me miraban.

-¿Cómo les ha ido, todo bien?  Pregunté amistosamente tratando de romper el hielo. Los dos cocineros sentados a un lado de la chimenea evidentemente tenían pocas ganas de conversar.
-¿Qué novedades? Insistí con una sonrisa.
-No pos nada... Apenas si me contestó uno de los cocineros.

Yo no entendía el porqué de esa actitud hostil y un poco molesto me encaminé a la puerta, pensando porqué me rechazaban y rehuían la conversación. Entonces recordé todos los sustos y cosas raras que habíamos visto en ese rancho en los años que cazamos ahí. Pensé en las muchas noches en que había escuchado que  cortaban leña, en aquella respiración que algunas veces  sentí sobre mi rostro.

-¿Qué les pasa? ¿Tienen miedo? Les dije desde la puerta.
-¡Y cómo chingados no vamos a tener miedo si en ésta pinche casa no podemos ni dormir'! Me dijo uno de los cocineros.
-Se prende la lumbre sola en la noche, se oyen golpes de hacha y te soplan en la cara... me dijo el otro apresuradamente.
-Nomás la méndiga necesidad del trabajo nos hace aguantarnos aquí, pero ya le dijimos al mayordomo que nos cambie de campamento, pos si no mejor le dejamos el  trabajo, aquí nomas estamos pasando sustos.
-Los demás trabajadores ya no quieren quedarse aquí a dormir, los operadores de los bulles, como ganan más dinero se están yendo a dormir a un hotel ahí en la entrada de Nuevo Laredo, me confesó el otro cocinero.

Los entendí a la perfección, pues nosotros en los años que cazamos en el rancho San Antonio,  pasamos por lo mismo. Luego de haber hablado con los cocineros, me despedí de ellos y salí del rancho.

Unos dos meses después aprovechando que iba a Nuevo Laredo, me salí de la carretera y tomé el famosísimo callejón que me llevaba al rancho San Antonio. Realmente no tenía a qué ir, pero sentía curiosidad y quise saber cómo les estaba yendo a los trabajadores de la carretera.

Llegue al  portón del rancho y no tuve que bajarme a abrirlo, pues estaba abierto y ahí a un lado como siempre estaba el riel con el que emparejábamos las brechas.

Esa vez ya no lo coloqué en el tirón de mi camioneta.

Me dirigí a la casa que estaba a unos 800 metros del portón. Esperaba ver el bullicio del campamento de los constructores de la carretera.

Pero el rancho estaba solo.

Increíblemente estaba muy limpio, podía jurar que hasta las manchas de aceite de las máquinas en el piso se habían borrado. Entré a la casa, no puedo decir que no sentí una sensación extraña, pero yo había estado tantas veces en esa casa, había dormido infinidad de noches ahí y aunque sentía miedo, fue fácil superarlo.

La casa estaba muy limpia, los pocos muebles bien acomodados, otra vez estaban las macetas y puedo jurar que hasta el piso del porche estaba regado o al menos húmedo.

El campamento de los trabajadores de la carretera se había ido del Rancho San Antonio. La enorme placeta de más de dos hectáreas estaba sola y limpia. La extraña casa de estilo europeo, de piedra y madera, lucía como en otros años.

No sé por qué dije en voz alta:
-Les ganaste,  los corriste de tu rancho. Los echaste de tu casa.
La puerta de la casa que yo  había dejado abierta se cerró con violencia y una vez más sentí aquel viento helado que sentíamos en las noches cuando se prendían las llamas en la chimenea.

Miré por la ventana hacia afuera y vi como una tolvanera levantaba  el polvo de la placeta formando remolinos.

Salí lentamente, cerré la puerta, subí a mi camioneta y me alejé del rancho San Antonio y hasta la fecha jamás he regresado...

Pero bueno,  esta no era precisamente la historia que iba a contarles.

La aventura que yo viví en el rancho San Antonio fue cuando vi a un venado muy grande.

Ocurrió una mañana del invierno de 1993.

Sabíamos que estábamos cazando en una zona excelente y aunque ya 
habíamos visto muchos venados, no tirábamos pues estábamos esperando uno verdaderamente grande.

Me subí a una torre que estaba en una de las brechas más anchas del rancho. Esa torre miraba hacia una cañada honda por donde había mucho movimiento de venados.

Serían las 6:45, faltaban unos 10 minutos para que empezara a amanecer.
Todo estaba bien y a mi espalda sentí como la obscuridad empezaba a dar paso a la luz del día. Pero también me di cuenta que un manchón de niebla espesa estaba en la cañada honda.

Conforme había más luz, la mancha de niebla se fue haciendo más espesa.
A eso de las 7:15 de la mañana, ya con la luz del día, constaté que estaba en medio de un banco de niebla muy espeso y denso.

La brecha en donde yo estaba tendría unos 12 metros de ancho, y en ciertos momentos alcanzaba a ver el monte que quedaba frente a mí, pero la visibilidad era totalmente nula, cero metros.

Con cierta desesperación vi el reloj y ya eran casi las ocho de la mañana.
La niebla seguía igual cero metros de visibilidad  y solo cuando soplaba algo de viento se hacían jirones rasgados que permitían ver unos 10 o 15 metros de manera intermitente, pues de pronto se cerraban de nuevo. El reloj llegó a las nueve de la mañana y a partir de ese momento la visibilidad se abrió unos 10 metros de manera permanente.

Debo de admitir que yo estaba totalmente desanimado, había recargado mi rifle, en ese entonces un Remington 700 BDL calibre 25-06, en una esquina de la torre, saqué una naranja de mi mochila y mal sentado en la silla giratoria me dispuse a comerme mi naranja. 

Mientras saboreaba el jugo, moví ligeramente mi cabeza hacia la izquierda. Ese movimiento me permitió percibir un ligero movimiento entre la niebla. Dejé la naranja y puse mayor atención en un manchón de tasajillos y chaparros prietos que tenía frente a mí y fue como lo vi tapándose con un guayacán grande.

La distancia de la torre al otro lado de la brecha sería de unos 12 metros y cuando mucho el enorme venado estaba unos 5 metros adentro del monte.
No le veía el cuerpo completo, pues se cubría con los matorrales que aún con el poco follaje que tienen en el invierno le daban la cubierta que el venado necesitaba para protegerse. Los segundos transcurrían y el venado daba uno o dos pasos y se detenía.

Con suma lentitud empecé a enderezarme en la silla y con la mano a tientas encontré el cañón de mi Remington 700. El tocar el cañón de mi arma me inspiró confianza. Empecé a levantar el rifle y ese mínimo movimiento alertó al venado. Levantó la cola y con pasos rápidos, casi al trote se empezó a alejar.

Sin embargo la suerte puso a mi favor un pequeño clarito, una placetita de unos 15 por 15 metros que se abría como lunar entre el monte. El venado entró a la placeta y fue cuando lo vi y lo admiré a plenitud. 

Vi su cuerpo enorme, un macho de 6 ½ años de más de cien kilos de peso, una canasta de 23 a 24 pulgadas de abierto; dos enormes velas principales que rodeaban la cabeza y salían delante y encima de la nariz del venado, cuando menos 6 puntas de cada lado, las G2 de casi 12 pulgadas de alto.
Tan cerca estaba que le vi los pelos del lomo y del cuello totalmente erizados.

Caminaba rápido, pero levantaba las manos y marcaba el paso como si se tratara de un caballo español que estuviera piafando.

El hermoso y gran venado tuvo el atrevimiento de voltear hacia la torre. Cuando movió su cabeza pude ver el gran hueco de aire que quedaba entre la vela izquierda y la vela derecha y eso me confirmó que estaba ante un gran venado.

Pero junto con esa confirmación llegó el Buck feber.

El venado me miraba fijamente y su cuello se veía más ancho y grueso debido a lo erizado que tenía el pelo. Lo húmedo del pelo y la coloración invernal le daban un tono de gris acero casi negro.

Logré sobreponerme a la fiebre del venado y seguí levantando mi rifle. Cuando finalmente logré sacarlo del rincón de la torre en donde lo había recargado y me disponía ahora a bajarlo y ponerlo en posición de tiro, volvió la niebla.

Como en un sueño vi como la negra silueta del venado de enormes astas se iba desapareciendo entre la nube de niebla blanca. En dos segundos la niebla puso un blanco y espeso telón.

Aproveché la niebla, acomodé el rifle y me senté en posición de tirar, confiaba que un jirón se abriera y me permitiera ver una vez más al hermoso y majestuoso venado.

Los segundos dieron paso a los minutos y la niebla no se abrió.

Una hora y media después la niebla desapareció por completo. Recordaba al gran venado que había tenido tan cerca de mí y por un momento dudé, me dije a mi mismo con energía: "ni estoy loco, ni veo visiones ni me imagino cosas, el venado estaba ahí yo lo vi, ahí estuvo... ahí deben estar sus huellas".

Me bajé rápidamente de la torre, crucé la brecha y me encaminé hacia la placeta. Sin dificultad alguna encontré las huellas del venado, toda vez que la tierra estaba muy húmeda por el sereno y por la niebla.

Caminé a contra huella y llegué precisamente al punto en donde el venado estuvo parado enfrente de la torre. Escasamente serían 22 o 23 metros de distancia.

Regresé a la placeta y cuando mucho serían de 35 a 40 metros de distancia. Seguí las huellas del venado y vi como cruzó la brecha a unos 60 metros de mi torre, protegido por la niebla que no me permitió verlo cuando cruzó la brecha.

No puedo negar que sentí coraje. Me reprochaba no haber estado atento, pero igualmente no me sentí responsable. Yo sabía que no había sido descuidado, la niebla fue tan intensa que hubo mucho tiempo que no se miraba ni a un metro de distancia.

Cómo podría imaginar que un venado de más de 170 puntos del B&C estuvo parado frente a mí.


Simplemente entendí y admití que ese gran venado no era para mí.

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