Todos
los cazadores anhelamos cazar un venado muy grande. Otros nos
conformamos con al menos poder ver en el campo un venado muy grande.
Pues
bien... contaré mi historia.
Era
la temporada de caza 1993-1994, habíamos rentado un rancho en Nuevo
Laredo que estaba atrás de la Aduana y colindaba con extraordinarios
ranchos como La Reforma y El Milagro, que es la ganadería de toros
de lidia, de Cuco Peña. Y teníamos muy cerca el rancho Los
Cristales.
El
rancho que rentamos se llamaba San Antonio y no era muy
grande, apenas unas 350 hectáreas, pero tenía unas brechas muy
anchas y limpias.
José
Ángel "Kanke" Domínguez, el dueño del rancho, tenía
pasión por mantener las brechas limpias.
Junto
al portón de entrada "Kanke" tenía un riel de ferrocarril
adaptado con un tirón de remolque. Y cada vez que él o
nosotros entrábamos al rancho, era obligatorio colocar el riel en la
bola de la camioneta y darle unas vueltas a las brechas del
rancho.
Con
ese mantenimiento tan simple las brechas se mantenían limpias de
hierba, muy parejas y sin pozos o bordos.
La
casa del rancho San Antonio era de dos pisos, una extraña
construcción de block, piedra y madera, tenía un aire
europeo, incluso se veía elegante.
Su
techo era muy elevado y era de dos aguas y tenía además otras
pendientes cruzadas.
Toda
la casa era un solo cuarto muy grande sin divisiones, la planta baja
servía de cocina, sala comedor y baño. Tenía en el
centro una escalera de caracol de puro tablón
de mezquite, que te subía a un tapanco. El tapanco ocupaba solo
medio cuarto y servía de recámara colectiva. Si te levantabas
de la cama y dabas un par de pasos, veías toda la planta baja.
En
esa casa tan extraña pasamos unas noches de miedo.
Pues
aunque no pretendo contarles una historia de terror, debo dejar muy
en claro que en ese rancho si espantaban y en serio y
tenías que ser muy cojonudo para aguantar el miedo y volverte a
dormir.
No
fue una, fueron muchas noches en las que escuchamos que alguien
cortaba leña con un hacha en plena madrugada. Aluzabas
con la lámpara hacia donde se escuchaba el sonido y no veías nada.
Pero
en la mañana encontrabas mucha astilla o corteza de mezquite
precisamente la que se desprende cuando lo cortas con el hacha.
Al
principio nos intrigaba, pero luego cuando agarramos algo de
confianza, hasta barríamos en la noche y en la mañana encontrábamos
las astillas de mezquite en el piso, en donde escuchábamos que
cortaban la leña.
No
fue una, fueron muchas noches en que nos despertábamos porque de
pronto salían llamas de la chimenea y al asomarnos desde el tapanco
efectivamente veíamos las llamas que salían de entre las
cenizas y no había ningún leño encima.
Esas
llamas poco a poco disminuían de intensidad y de pronto se apagaban
y en ese momento el cuarto se helaba... pues un viento congelante y
denso era prácticamente tangible en el interior del cuarto… sí de
por si las noches de invierno son frías, imagínate que el frío se
intensificara doblemente.
Otras
noches estando dormido sentías la presencia de alguien o
de algo que estaba frente a tu cara, podías hasta escuchar la
respiración. Encendíamos la linterna y no había nadie.
En
el rancho San Antonio, cazamos varios años.
Tiempo después
cuando empezó la construcción de la carretera que le llamamos "de
concreto, de Nuevo Laredo a Colombia", en el rancho
San Antonio se instaló el campamento de los trabajadores de la
carretera.
Como
en el casco del rancho y en las brechas teníamos artículos y cosas
personales, acudí una tarde al rancho a recoger nuestras
pertenencias.
Eran
las 4 de la tarde y en la casa estaban solamente dos trabajadores que
dijeron ser los cocineros del campamento.
Yo
estaba triste pues en ese rancho habíamos pasado extraordinarias
temporadas de cacería y habíamos cazado y visto excelentes venados.
Pero
nuestro tiempo en San Antonio se había terminado.
Ahora
la placeta del casco estaba llena de maquinaria, de toneles de
diésel, había herramienta tirada por todas partes y el piso tenía
enormes manchas de aceite, producto de las fugas de la maquinaria
pesada.
La
hermosa casa estilo europeo lucía sucia y descuidada.
La
construcción de la carretera tenía unos tres meses de haberse
iniciado y ya sabíamos que duraría cuando menos un par de años,
por eso optamos por dejar ese rancho.
Así
que esa tarde prácticamente yo le estaba diciendo adiós al rancho,
ya que "Kanke" el dueño de San Antonio, les
había rentando el casco del rancho a la constructora como campamento
base y como oficina.
Luego
de recoger nuestras cosas y subirlas a mi camioneta, me dirigí a los
cocineros, que curiosos me miraban.
-¿Cómo
les ha ido, todo bien? Pregunté
amistosamente tratando de romper el hielo. Los dos
cocineros sentados a un lado de la chimenea evidentemente tenían
pocas ganas de conversar.
-¿Qué
novedades? Insistí con una sonrisa.
-No
pos nada... Apenas si me contestó uno de los cocineros.
Yo
no entendía el porqué de esa actitud hostil y un poco molesto me
encaminé a la puerta, pensando porqué me rechazaban y rehuían la
conversación. Entonces recordé todos los sustos y cosas
raras que habíamos visto en ese rancho en los años que cazamos
ahí. Pensé en las muchas noches en que había escuchado
que cortaban leña, en aquella respiración que algunas
veces sentí sobre mi rostro.
-¿Qué
les pasa? ¿Tienen miedo? Les dije desde la puerta.
-¡Y
cómo chingados no vamos a tener miedo si en ésta pinche casa no
podemos ni dormir'! Me dijo uno de los cocineros.
-Se
prende la lumbre sola en la noche, se oyen golpes de hacha y te
soplan en la cara... me dijo el otro apresuradamente.
-Nomás
la méndiga necesidad del trabajo nos hace aguantarnos aquí, pero ya
le dijimos al mayordomo que nos cambie de campamento, pos si no mejor
le dejamos el trabajo, aquí nomas estamos pasando sustos.
-Los
demás trabajadores ya no quieren quedarse aquí a dormir, los
operadores de los bulles, como ganan más dinero se están yendo a
dormir a un hotel ahí en la entrada de Nuevo Laredo, me confesó el
otro cocinero.
Los
entendí a la perfección, pues nosotros en los años que cazamos en
el rancho San Antonio, pasamos por lo mismo. Luego
de haber hablado con los cocineros, me despedí de ellos y salí del
rancho.
Unos
dos meses después aprovechando que iba a Nuevo Laredo, me salí de
la carretera y tomé el famosísimo callejón que me llevaba al
rancho San Antonio. Realmente no tenía a qué ir, pero
sentía curiosidad y quise saber cómo les estaba yendo a los
trabajadores de la carretera.
Llegue
al portón del rancho y no tuve que bajarme a abrirlo,
pues estaba abierto y ahí a un lado como siempre estaba el riel con
el que emparejábamos las brechas.
Esa
vez ya no lo coloqué en el tirón de mi camioneta.
Me
dirigí a la casa que estaba a unos 800 metros del portón. Esperaba
ver el bullicio del campamento de los constructores de la carretera.
Pero
el rancho estaba solo.
Increíblemente
estaba muy limpio, podía jurar que hasta las manchas de aceite de
las máquinas en el piso se habían borrado. Entré a la
casa, no puedo decir que no sentí una sensación extraña, pero yo
había estado tantas veces en esa casa, había dormido infinidad de
noches ahí y aunque sentía miedo, fue fácil superarlo.
La
casa estaba muy limpia, los pocos muebles bien acomodados, otra vez
estaban las macetas y puedo jurar que hasta el piso del porche estaba
regado o al menos húmedo.
El
campamento de los trabajadores de la carretera se había ido del
Rancho San Antonio. La enorme placeta de más de dos
hectáreas estaba sola y limpia. La extraña casa de estilo
europeo, de piedra y madera, lucía como en otros años.
No
sé por qué dije en voz alta:
-Les
ganaste, los corriste de tu rancho. Los echaste de tu
casa.
La
puerta de la casa que yo había dejado abierta se cerró
con violencia y una vez más sentí aquel viento helado que sentíamos
en las noches cuando se prendían las llamas en la chimenea.
Miré
por la ventana hacia afuera y vi como una tolvanera levantaba el
polvo de la placeta formando remolinos.
Salí
lentamente, cerré la puerta, subí a mi camioneta y me alejé del
rancho San Antonio y hasta la fecha jamás he regresado...
Pero
bueno, esta no era precisamente la historia que iba a
contarles.
La
aventura que yo viví en el rancho San Antonio fue cuando vi a un
venado muy grande.
Ocurrió
una mañana del invierno de 1993.
Sabíamos
que estábamos cazando en una zona excelente y aunque ya
habíamos
visto muchos venados, no tirábamos pues estábamos esperando uno
verdaderamente grande.
Me
subí a una torre que estaba en una de las brechas más anchas del
rancho. Esa torre miraba hacia una cañada honda por
donde había mucho movimiento de venados.
Serían
las 6:45, faltaban unos 10 minutos para que empezara a amanecer.
Todo
estaba bien y a mi espalda sentí como la obscuridad empezaba a dar
paso a la luz del día. Pero también me di cuenta que un
manchón de niebla espesa estaba en la cañada honda.
Conforme
había más luz, la mancha de niebla se fue haciendo más espesa.
A
eso de las 7:15 de la mañana, ya con la luz del día, constaté que
estaba en medio de un banco de niebla muy espeso y denso.
La
brecha en donde yo estaba tendría unos 12 metros de ancho, y en
ciertos momentos alcanzaba a ver el monte que quedaba frente a mí,
pero la visibilidad era totalmente nula, cero metros.
Con
cierta desesperación vi el reloj y ya eran casi las ocho de la
mañana.
La
niebla seguía igual cero metros de visibilidad y solo
cuando soplaba algo de viento se hacían jirones rasgados que
permitían ver unos 10 o 15 metros de manera intermitente, pues de
pronto se cerraban de nuevo. El reloj llegó a las nueve
de la mañana y a partir de ese momento la visibilidad se abrió unos
10 metros de manera permanente.
Debo
de admitir que yo estaba totalmente desanimado, había recargado mi
rifle, en ese entonces un Remington 700 BDL calibre 25-06, en una
esquina de la torre, saqué una naranja de mi mochila y mal
sentado en la silla giratoria me dispuse a comerme mi naranja.
Mientras
saboreaba el jugo, moví ligeramente mi cabeza hacia la
izquierda. Ese movimiento me permitió percibir un ligero
movimiento entre la niebla. Dejé la naranja y puse mayor
atención en un manchón de tasajillos y chaparros prietos que tenía
frente a mí y fue como lo vi tapándose con un guayacán grande.
La
distancia de la torre al otro lado de la brecha sería de unos 12
metros y cuando mucho el enorme venado estaba unos 5 metros adentro
del monte.
No
le veía el cuerpo completo, pues se cubría con los matorrales que
aún con el poco follaje que tienen en el invierno le daban la
cubierta que el venado necesitaba para protegerse. Los
segundos transcurrían y el venado daba uno o dos pasos y se detenía.
Con
suma lentitud empecé a enderezarme en la silla y con la mano a
tientas encontré el cañón de mi Remington 700. El
tocar el cañón de mi arma me inspiró confianza. Empecé a
levantar el rifle y ese mínimo movimiento alertó al venado. Levantó
la cola y con pasos rápidos, casi al trote se empezó a alejar.
Sin
embargo la suerte puso a mi favor un pequeño clarito, una placetita
de unos 15 por 15 metros que se abría como lunar entre el monte. El
venado entró a la placeta y fue cuando lo vi y lo admiré a
plenitud.
Vi
su cuerpo enorme, un macho de 6 ½ años de más de cien kilos de
peso, una canasta de 23 a 24 pulgadas de abierto; dos enormes velas
principales que rodeaban la cabeza y salían delante y encima de la
nariz del venado, cuando menos 6 puntas de cada lado, las G2 de casi
12 pulgadas de alto.
Tan
cerca estaba que le vi los pelos del lomo y del cuello totalmente
erizados.
Caminaba
rápido, pero levantaba las manos y marcaba el paso como si se
tratara de un caballo español que estuviera piafando.
El
hermoso y gran venado tuvo el atrevimiento de voltear hacia la
torre. Cuando movió su cabeza pude ver el gran hueco de
aire que quedaba entre la vela izquierda y la vela derecha y eso me
confirmó que estaba ante un gran venado.
Pero
junto con esa confirmación llegó el Buck feber.
El
venado me miraba fijamente y su cuello se veía más ancho y grueso
debido a lo erizado que tenía el pelo. Lo húmedo del
pelo y la coloración invernal le daban un tono de gris acero casi
negro.
Logré
sobreponerme a la fiebre del venado y seguí levantando mi
rifle. Cuando finalmente logré sacarlo del rincón de la
torre en donde lo había recargado y me disponía ahora a bajarlo y
ponerlo en posición de tiro, volvió la niebla.
Como
en un sueño vi como la negra silueta del venado de enormes astas se
iba desapareciendo entre la nube de niebla blanca. En dos
segundos la niebla puso un blanco y espeso telón.
Aproveché
la niebla, acomodé el rifle y me senté en posición de tirar,
confiaba que un jirón se abriera y me permitiera ver una vez
más al hermoso y majestuoso venado.
Los
segundos dieron paso a los minutos y la niebla no se abrió.
Una
hora y media después la niebla desapareció por completo. Recordaba
al gran venado que había tenido tan cerca de mí y por un momento
dudé, me dije a mi mismo con energía: "ni estoy loco, ni veo
visiones ni me imagino cosas, el venado estaba ahí yo lo vi, ahí
estuvo... ahí deben estar sus huellas".
Me
bajé rápidamente de la torre, crucé la brecha y me encaminé hacia
la placeta. Sin dificultad alguna encontré las huellas
del venado, toda vez que la tierra estaba muy húmeda por el sereno y
por la niebla.
Caminé
a contra huella y llegué precisamente al punto en donde el venado
estuvo parado enfrente de la torre. Escasamente serían
22 o 23 metros de distancia.
Regresé
a la placeta y cuando mucho serían de 35 a 40 metros de
distancia. Seguí las huellas del venado y vi como cruzó
la brecha a unos 60 metros de mi torre, protegido por la niebla que
no me permitió verlo cuando cruzó la brecha.
No
puedo negar que sentí coraje. Me reprochaba no haber
estado atento, pero igualmente no me sentí responsable. Yo
sabía que no había sido descuidado, la niebla fue tan intensa que
hubo mucho tiempo que no se miraba ni a un metro de distancia.
Cómo
podría imaginar que un venado de más de 170 puntos del B&C
estuvo parado frente a mí.
Simplemente
entendí y admití que ese gran venado no era para mí.
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