Estaba
finalizando el verano del año 1995, la renta de ranchos para cacería empezaba a
ser cada vez más popular entre los cazadores. Desde aquellos años yo me
dedicaba a rentar los ranchos, fue como un día recibí una llamada de Jorge
Elosúa, quien quería ir a conocer algunos ranchos por la carretera rivereña o
por la Línea del Gas, en Anáhuac, Nuevo León.
Acordamos
fecha y salimos una mañana en dos vehículos propiedad de Jorge Elosúa, una
Grand Cheroke, nuevecita, todavía con los forros de plástico en los asientos, y
un camión Chevrolet doble rodado con el logotipo de Química del Golfo, que era
el negocio propiedad de Jorge Elosúa y de su familia.
Recorrimos varios
ranchos por la carretera rivereña, justamente entre Colombia, Nuevo León e
Hidalgo, Coahuila, considerada hasta la fecha como una zona de mucha calidad
cinegética. Comimos en el restaurant de la gasolinera del Puente Internacional Colombia
y ahí le comenté a Jorge Elosúa que además de los ranchos que habíamos visto en
la mañana, había otras opciones. Concretamente le ofrecí unos ranchos ejidales
ubicados en El Coyote, lugar conocido también como Ejido La Constructiva. Jorge
aceptó la idea y a eso de las tres de la tarde nos pusimos en camino rumbo a la
famosísima Línea del Gas.
Llegamos a la
entrada de la brecha en el punto conocido como La Vidriera Jorge, su chofer
Marcos y yo que viajábamos en la Grand Cherokee. Otro trabajador de Jorge
Elosúa era quien manejaba el camión de doble rodado y nos seguía a distancia. El
camión tenía redilas de madera y le habían acondicionado un tablón, sujetándolo
de redila a redila. De esa forma ese tablón se convertía prácticamente en un
asiento elevado. Marcos, el chofer de confianza de Jorge, se pasó a manejar el
camión de redilas y la persona que venía manejándolo se quedó en la Grand
Cherokee; él nos iba a esperar en ese sitio y cuidaría de la camioneta.
Emprendimos
la marcha hacia el oeste, por la famosa
Línea del Gas, nos íbamos a internar unos 26 kilómetros y realmente íbamos muy
a gusto sentados en el tablón, pues teníamos una vista excelente.
Al poco andar
empezamos a ver venadas y pecaríes. La tarde pintaba bien. Nos dimos cuenta que
había muchos charcos de agua, evidenciando que haría unos 3 ó 4 días había
llovido fuerte en la región. Recorrimos
los 26 kilómetros de la entrada de la Brecha del Gas hasta la Laguna Larga de
las Tripas en poco más de media hora, por lo que a eso de las cinco de la tarde
llegamos al rancho de Víctor Chávez.
Víctor Chávez
era un excelente anfitrión. Había sido capitán de meseros en un lujoso
restaurant de Nuevo Laredo, pero por azares del destino en aquellos años vivía
solo en aquel alejado rancho en donde cuidaba un atajito de cabras. Algo grave
debió haber pasado para que aquel hombre que había sido capitán de meseros
ahora viviera solo en aquel rancho. Sin embargo su esmerada educación, sus
atenciones y sus buenos modales eran evidentes, Víctor Chávez, era un hombre
muy atento y educado. Tenía el don de saber atender a las personas.
El
comportamiento de Víctor Chávez le gustó a Jorge Elosúa, además de que al
recorrer el rancho vimos muchos animales. Jorge me dijo que no necesitaba ver
más y que rentaría ese rancho. Se lo hice saber a Víctor Chávez y muy contentos
regresamos a la casa del rancho.
Realmente se
notaba y era evidente que Víctor Chávez en otros años había trabajado en un
restaurant de gran lujo, ya que era un hombre muy limpio y cuidadoso de su
persona y también en su vivienda. El interior de su casa era modesto pero
exageradamente limpio y ordenado, dentro de su sencillez se notaba su buen gusto. Eso también le agradó a Jorge
Elosúa, quien tenía pensado llevar a ese rancho a sus hijos pequeños y por ello
le gustó que el lugar estuviera muy limpio y ordenado.
Para rematar
exitosamente aquella tarde, Víctor Chávez amasó harina y como en la chimenea
siempre había brasas, puso un comal y en unos minutos nos preparó unas
excelentes tortillas de harina con un poco de mantequilla y queso de cabra
recién hecho, acompañadas de una tasa de café de olla. Los platos muy limpios,
el mantel impecable. Qué excelente manera de festejar la renta del rancho.
Platicamos una
media hora y casi obscureciendo nos despedimos de Víctor Chávez, quien se quedó
solo en su rancho. Subimos al camión y como aún había algo de luz, Jorge Elosúa
y yo subimos al tablón colocado sobre las redilas. Marcos manejaba y lo hacía
con cuidado ya que aún había charcos y lodo en las brechas. Desde nuestro
asiento elevado le anticipábamos hacia donde mover el camión, gritándole
izquierda ó derecha según fuera el caso.
Estábamos a
unos cuantos minutos de que obscureciera cuando en medio de la brecha apareció
un enorme charco. Rápidamente gritamos izquierda, pero Marcos dudó por un
momento y no detuvo la marcha. Volvimos a gritar izquierda pero Marcos
reaccionó tarde y giró el volante a destiempo.
Lo deseable es
que él hubiera detenido la marcha y
luego regresar en reversa el camión unos dos o tres metros para voltear luego a
la izquierda; pero no lo hizo así, pues Marcos volteó a la izquierda cuando ya
estaba prácticamente dentro de lo que parecía era un enrome charco.
Tres semanas
después, cuando fuimos a sacar el camión doble rodado nos dimos cuenta que no
era un charco, era una noria que estaban excavando. Como días antes había
estado lloviendo se había llenado de agua y lo que a simple vista creías que
era un charco de agua, era un pozo de más de dos metros de profundidad.
La llanta
delantera derecha del camión quedó prácticamente en el centro de aquel hoyo
lleno de agua y lodo. El golpe del camión al caer en el pozo fue muy fuerte y
Jorge Elosúa y yo saltamos sobre el tablón y caímos al piso de madera dentro
de la caja del doble rodado.
El camión de
redilas se detuvo bruscamente pues toda la llanta derecha había quedado dentro
del hoyo. Es decir el camión quedó empinado grotescamente hacia adelante. En
ese momento no supimos qué había pasado, simplemente nos dimos cuenta que aquel
camión no saldría de ese lodazal.
Tres semanas
después se necesitó de seis personas, dos gatos de lagartija, varias palas y
unos talaches, así como cuerdas gruesas y dos camionetas, además de tres horas
de trabajo para poder sacar el camión doble rodado de aquel pozo cuando el agua
ya había bajado de nivel.
La tarde-noche
de esa historia, de lo único que estábamos seguros es que nosotros tres nada
podríamos hacer y que sería imposible para nosotros sacar el camión del hoyo. Una
de las grandes enseñanzas que nos da el monte y la cacería es aprender a
reconocer nuestras limitaciones y nuestras derrotas.
Eran pasadas
las ocho de la noche cuando supimos que estábamos a unos 33 kilómetros de la
camioneta Grand Cherokee. Eran 26 kilómetros por la Línea del Gas y aún nos
faltarían 6 kilómetros para llegar a la Laguna Larga de las Tripas; en donde
está la segunda estación de bombeo.
No había
teléfonos, radios ni medio de comunicación alguno, Por ello no teníamos manera
de avisar a nuestras familias que no podríamos volver a nuestras casas aquella
noche. Mirábamos el camión con la llanta hundida dentro de aquel pozo de agua. Nada
que hiciéramos lograría sacarlo de ahí. Evaluamos nuestras opciones.
Una podría ser
regresarnos caminando a la casa de Víctor Chávez y pasar ahí la noche; pero aunque llegáramos
a su casa no solucionaríamos el problema, pues seguiríamos varados y sin poder
llegar a la camioneta Grand Cherokee, y lo más importante: no avisaríamos a
nuestras familias. Víctor Chávez estaba sólo en el rancho y no contaba con
ningún vehículo de motor, el alimento se lo llevaba mensualmente un hermano
suyo que iba a visitarlo y a llevarle provisiones, Por eso en el rancho no había ningún vehículo.
Como eso no
solucionaba nuestro problema, optamos mejor por caminar hacia la Brecha del
Gas, pensando que posiblemente –aunque era una posibilidad remota– pudiera
pasar alguna camioneta que nos llevara hasta la Grand Cherokee.
Nos dimos
prisa y caminamos rumbo a la Brecha del Gas. Cruzamos la laguna conocida como
Laguna Larga de las Tripas. Nuestra mirada recorría esa gran planicie anhelando
ver el esperado reflejo de las luces de alguna camioneta; pero nada, todo era
obscuridad.
Y para colmo
de males y abundancia de nuestra mala suerte, a eso de las 9 de la noche
empezaron los relámpagos y se desató una lluvia torrencial. Con el aguacero se terminó
toda posibilidad de que alguna camioneta transitara por la Brecha del Gas. Así
nos dimos cuenta que tendríamos que pasar la noche entre el monte y mojados.
Eran casi las
diez de la noche cuando al fin alcanzamos la famosísima Brecha del Gas. Justamente
en el sitio en donde la brecha parte en dos la Laguna Larga de las Tripas. Coincidentemente,
en ese sitio está también una caseta de bombeo abandonada. La caseta de bombeo
era un cuarto de tres por tres metros, en su interior alguna vez estuvieron las
válvulas y llaves de paso que hacían posible el bombeo del gas procedente de
Laredo, Texas, hasta la región carbonífera, en Nueva Rosita, Sabinas y Muzquiz,
Coahuila. Pero en ese momento la estación de bombeo era un cuarto en ruinas y
en total abandono. No llevábamos lámparas ni herramienta alguna, así que con
unas ramas improvisé una escoba y barrí el
piso del cuarto.
Yo me disponía
a tirarme en el suelo recién barrido, cuando Jorge Elosúa me preguntó qué cuál
era el plan… ¡¿El plan?!
Su pregunta me
desconcertó, mi plan era simplemente quedarme a dormir ahí y a la mañana
siguiente esperar a que pasara alguna camioneta. Él me dijo que necesitaba que
esa misma noche se le avisara telefónicamente a su familia que él estaba bien y
que al día siguiente regresaría sin mayor problema.
Le expliqué
que el teléfono público más cercano estaba hasta el Puente Colombia, afuera del
Banco llamado Banjercito, y había otro teléfono público afuera de la gasolinera también en el Puente
Colombia. Le dije que debido a la lluvia, ninguna camioneta se movería por esas
brechas de terracería, es decir, no había ninguna opción de que alguien nos
ayudara.
La única
opción era… caminar… ¡los 27 kilometros! para llegar hasta la Grand Cherokee y
de ahí ir a Colombia a hablar por teléfono, a fin de tranquilizar a la familia de Jorge Elosúa
y de paso avisar también a mi familia que estábamos bien.
Me quedó
perfectamente claro que quien iba a hacer la caminata era yo.
También me quedó
claro que me iba a ir solo, pues Marcos y Jorge Elosúa se quedarían en la
casita de la estación de bombeo. No me molestó que fuera así pues era yo quien
los había llevado a ese lugar e indirectamente era mi culpa que estuviéramos
varados en ese remoto lugar, así que ahora era mi obligación darle una solución al problema. No lo pensé más, me
puse de pie y le dije a Jorge Elosúa que él se quedara con Marcos en la
estación de bombeo, que yo caminaría por toda la Brecha del Gas hasta llegar a
la Grand Cherokee. Hicimos cuenta de los kilómetros y determinamos que un hombre puede recorrer de 4 a 5
kilómetros por hora. Eso quería decir que iba a necesitar cuando menos de cinco
horas de caminata para llegar a la camioneta. En realidad necesite de seis y
media horas pues la noche estaba obscura y no tenía lámpara. Tuve que caminar
totalmente a obscuras y eso me obligó a ir más despacio para evitar tropezar o
pisar mal y lastimarme un pie.
Nos separamos
y ellos dos se quedaron solos en medio de la Laguna Larga de las Tripas.
Yo
empecé a caminar, eran las 11 de la noche con 20 minutos. Afortunadamente en aquellos
años, la Brecha del Gas ya era un camino con buen mantenimiento. Todo fue que
mis ojos se acostumbraran a la obscuridad y empecé la caminata.
La lluvia
empezó a eso de la una de la mañana. Fue una lluvia corta –duró una media hora–
pero intensa que me hizo el recorrido más incómodo por lo mojado de mi ropa y
lo resbaladizo del suelo.
Aunque fuera
despacio iba avanzando, terminé de andar el ejido La Constructiva y pase por La
Chancaca que es una parte de lomas. Al terminar La Chancaca está la puerta del
rancho San José, de Juan Francisco Flores Alvarado (q.e.p.d.), frente a ese
rancho está lo que es ahora el rancho Las Víboras. Justamente ahí me detuve… eran
pasadas las dos de la mañana. Me senté un rato en el suelo a descansar. Por la
ropa empapada y lo fresco del suelo húmedo, empecé a sentir dolores en las
rodillas. De inmediato me levanté, hice algunas flexiones y seguí caminando.
Al empezar a
bajar la loma me di cuenta de que ya estaba en los terrenos de El Llano y La
Bandera, rancho que perteneció a don Ricardo Morales, quizá el introductor de
ganado más grande que ha existido en Nuevo León. Ahora El Llano y La Bandera son
propiedad de Arturo Serna.
Cuando llegué
a la puerta de ese rancho me detuve frente a la pared de block que enmarcaba el
portón. Sentí movimientos en la pradera que está al inicio y noté que eran coyotes
que andaban retozando. Estuve unos minutos en la puerta, ya pasaban de las tres
de la mañana, estuve tentado a detenerme, descansar un poco y quizá dormir unos
20 minutos. Afortunadamente desistí de la idea, me retiré de la cerca, volví a
la brecha y seguí caminando.
Pasé luego
frente a la puerta de Los Leones, rancho de Toni Morales, más adelante estaba
la otra estación de bombeo. Seguí adelante, ahora iba más despacio pues las
ampollas en la planta del pie me empezaban a doler a cada paso. Así pasé El
Chapote y contunué el cerco alto de los Juárez. Ya eran las cinco de la mañana,
tenía seis horas caminando y en la siguiente hora amanecería.
La Grand
Cherokee se había quedado estacionada frente al rancho de don Paco Cárdenas. Estaba
queriendo amanecer, me detuve un momento y me senté en el suelo.
Me dio gusto
ver salir dos venadas que se quedaron paradas en medio de la famosísima Brecha
del Gas. Las venadas ni atención me pusieron, yo me quité las botas y me
acomodé los calcetines procurando que me molestaran lo menos posible las
ampollas en las plantas. Me reproché por no usar bota de cintas, ya que es mi
costumbre usar bota rooper o bota vaquera. De haber llevado bota con cintas no
me hubiera ampollado pues el pie no se mueve dentro del zapato; pero ni hablar,
me levanté y sentí dolor en las rodillas, con lentitud empecé a caminar. Las
dos venadas se me quedaron viendo, me bufaron y se saltaron el alambre para
internarse en el monte.
Subí la loma,
ya en los terrenos de Don Paco Cárdenas, y abajo, a unos 700 metros, estaba la
camioneta Grand Cherokee. En ese momento ya estaba totalmente amanecido.
Caminé lo más
rápido que me permitían mis ampollas, me quité el sombrero de fieltro negro que
traía, estaba totalmente deformado por la lluvia. Con el sombrero hice señas para
llamar la atención del empleado de Jorge Elosúa.
Yo esperaba
que la camioneta se acercara a mi… y no fue así. Recorrí los últimos metros hasta
la camioneta. Adentro estaba el empleado, tenía en sus manos la “ele” que se
utiliza para quitar las llantas, tenía el vidrio ligeramente bajado.
–¿Qué le
hiciste al licenciado? –me preguntaba a gritos.
De pronto
abrió la puerta de la Grand Cherokee y se bajó con la ele en la mano, amenazándome.
–¿En dónde
está el Licenciado, porqué no viene Marcos? –Me preguntaba con ansia.
Me di cuenta
que aquel hombre estaba en estado de shock. Entendí que había pasado la noche
sólo, en medio de la nada y no sabía en dónde estaban su patrón y su compañero
de trabajo.
Tenía toda la
razón de gritarme y reclamarme. Le hablé con calma y le pedí que se
tranquilizara. Le hice ver que yo no estaba armado. Me senté en el suelo y le
dije que me iba a quitar las botas para que me viera las ampollas. Cuando vio
las plantas y los talones de mis dos pies, se me acercó ya más calmado.
–¿Qué les
pasó? –me preguntó.
Rápidamente le
conté que el camión se nos había quedado atascado en un pozo, que Jorge Elosúa
y Marcos, su chofer, estaban bien y que se habían quedado en una estación de
bombeo, que yo había ido caminando a buscar ayuda.
Aquel muchacho
entendió rápido la historia y me ayudó a ponerme de pie. Subimos a la Grand
Cherokee y a toda velocidad nos encaminamos hacia el Puente Internacional Colombia.
Llegamos a eso
de las 7 de la mañana al banco llamado Banjército. Afuera de ese lugar había un
teléfono público.
Entonces no
había celulares ni nextel como ahora, se tenía que hablar de los teléfonos
públicos que funcionaban con monedas.
Frente al
banco Banjército estaba un puesto de tacos que apenas estaba abriendo. Me bajé
de la camioneta Grand Cherokee frente al puesto de tacos, debo decirles que la
Grand Cherokee, además de ser último
modelo, era de lujo. Tan nueva estaba que los asientos aún tenían el plástico
que los cubre cuando salen de la agencia y las gentes que estaban en el puesto
de tacos, al verme bajar de la lujosa camioneta, no podían creer lo que veían:
un hombre con el pantalón todo enlodado, la camisa mal fajada y un sombrero
negro deformado y empapado; y que además caminaba cojeando y se veía adolorido.
También se
bajó el chofer, que aunque estaba limpio, su presencia no correspondía al tipo
de personas que debieran conducir una camioneta tan elegante y lujosa.
Me acerqué al
encargado del puesto de tacos y le pedí que me cambiara un billete por monedas.
Más por miedo que por ganas de ayudarme, me cambió el billete y me dió las
monedas.
El empleado de
Jorge Elosúa y yo cruzamos la calle y nos paramos afuera del banco Banjército
para depositar las monedas en el teléfono público y hacer la llamada de Larga
Distancia. Él me decía los números y yo los marcaba con rapidez. Me contestaron
en la casa de Jorge Elosúa y les di la buena noticia de que estaba bien y que todo
se había ocasionado por el camión que cayó en el pozo. Aún estaba hablando
cuando una mano ruda me tomó por el cuello y me estrelló la cabeza contra el
teléfono público.
El golpe
estuvo fuerte y me dejó atontado. Con la otra mano me sujetaron por la espalda
y me torcieron el brazo.
–¿Donde
chingados se robaron esa camioneta? –me gritaba un corpulento policía… de los
judiciales de aquellos años.
–¿A quién le
estas hablando. P´a dónde llevan la camioneta?
Me dio mucho
coraje que nos confundieran con ladrones de autos. Como pude, le expliqué lo
que había pasado y le dije que precisamente estaba hablando por teléfono con la
familia del dueño de la camioneta, explicándole que todo estaba bien.
Los dos
agentes judiciales se miraban uno a otro entre dudando y creyendo la versión
que les daba. Aproveché su duda para exigirles que tomaran la bocina que había
quedado colgando y que confirmaran mi versión.
Afortunadamente,
en un par de segundos les confirmaron que no éramos ladrones de autos. El
empleado de Jorge Elosúa los comunicó también a Química del Golfo y todo el
asunto quedó aclarado.
El par de
agentes Judiciales que estaban comisionados a vigilar el banco Banjercito y que
minutos antes nos habían golpeado, ahora no hallaban la forma de halagarnos. Nos
llevaron al puesto de tacos y nos pidieron tacos y refrescos.
En segundos
pasamos de villanos a héroes.
–¡Vamos a
rescatar al señor Elosúa! –nos dijo el
policía judicial, apurándonos para que nos comiéramos rápido los tacos.
–¿De qué lo
vas a rescatar? –le dije –lo único que necesita es ésta camioneta y antes de ir
por él iremos a Colombia a avisar a nuestras familias.
Los dos
policías judiciales insistieron en acompañarnos.
–Cada quien en
su carro –les advertí.
Nosotros nos
fuimos en la Grand Cherokee de doble tracción y ellos nos seguían en un carro Chrysler
Spirit de color dorado, que eran las patrullas de aquellos años.
¡Qué friega le
pusieron a ese carro los dos judiciales! Le arrancaron la defensa de adelante
en el lodazal que había en la brecha por la lluvia que había caído durante la
noche.
Finalmente llegamos
a la estación de bombeo cuando pasaban de las ocho y media de la mañana. Jorge
Elosúa y Marcos estaban bien. Les dio mucho gusto saber que ya se había avisado
a sus familias y que todos estaban tranquilos y en espera de nuestro regreso a
Monterrey, en unas cuantas horas.
A los
judiciales los dejamos batallando entre el lodazal, nomás por la forma tan
violenta en que nos trataron, y regresamos contentos a Monterrey.
Unos días
después Jorge Elosúa me visitó y me regaló un hermoso cuchillo de campo. Me
dijo que era una muestra de amistad y de agradecimiento.
Jorge fue a
cazar con sus hijos a ese rancho. Tuvieron una temporada afortunada y cazaron
buenos venados.
Los buenos
momentos posteriores hicieron que se olvidara aquella noche en que el camión de
Química del Golfo se nos cayó en el pozo.
QUE BUENAS HISTORIAS DE JESUS, DEBERIAS ESCRIBIR UN LIBRO QUE BUENA FALTA NOS HACE A LOS CAZADORES NOVATOS
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