jueves, 15 de agosto de 2013

Caminando de las once de la noche hasta las siete de la mañana.

Estaba finalizando el verano del año 1995, la renta de ranchos para cacería empezaba a ser cada vez más popular entre los cazadores. Desde aquellos años yo me dedicaba a rentar los ranchos, fue como un día recibí una llamada de Jorge Elosúa, quien quería ir a conocer algunos ranchos por la carretera rivereña o por la Línea del Gas, en Anáhuac, Nuevo León.

Acordamos fecha y salimos una mañana en dos vehículos propiedad de Jorge Elosúa, una Grand Cheroke, nuevecita, todavía con los forros de plástico en los asientos, y un camión Chevrolet doble rodado con el logotipo de Química del Golfo, que era el negocio propiedad de Jorge Elosúa y de su familia.

Recorrimos varios ranchos por la carretera rivereña, justamente entre Colombia, Nuevo León e Hidalgo, Coahuila, considerada hasta la fecha como una zona de mucha calidad cinegética. Comimos en el restaurant de la gasolinera del Puente Internacional Colombia y ahí le comenté a Jorge Elosúa que además de los ranchos que habíamos visto en la mañana, había otras opciones. Concretamente le ofrecí unos ranchos ejidales ubicados en El Coyote, lugar conocido también como Ejido La Constructiva. Jorge aceptó la idea y a eso de las tres de la tarde nos pusimos en camino rumbo a la famosísima Línea del Gas.

Llegamos a la entrada de la brecha en el punto conocido como La Vidriera Jorge, su chofer Marcos y yo que viajábamos en la Grand Cherokee. Otro trabajador de Jorge Elosúa era quien manejaba el camión de doble rodado y nos seguía a distancia. El camión tenía redilas de madera y le habían acondicionado un tablón, sujetándolo de redila a redila. De esa forma ese tablón se convertía prácticamente en un asiento elevado. Marcos, el chofer de confianza de Jorge, se pasó a manejar el camión de redilas y la persona que venía manejándolo se quedó en la Grand Cherokee; él nos iba a esperar en ese sitio y cuidaría de la camioneta.

Emprendimos la  marcha hacia el oeste, por la famosa Línea del Gas, nos íbamos a internar unos 26 kilómetros y realmente íbamos muy a gusto sentados en el tablón, pues teníamos una vista excelente.

Al poco andar empezamos a ver venadas y pecaríes. La tarde pintaba bien. Nos dimos cuenta que había muchos charcos de agua, evidenciando que haría unos 3 ó 4 días había llovido fuerte  en la región. Recorrimos los 26 kilómetros de la entrada de la Brecha del Gas hasta la Laguna Larga de las Tripas en poco más de media hora, por lo que a eso de las cinco de la tarde llegamos al rancho de Víctor Chávez.

Víctor Chávez era un excelente anfitrión. Había sido capitán de meseros en un lujoso restaurant de Nuevo Laredo, pero por azares del destino en aquellos años vivía solo en aquel alejado rancho en donde cuidaba un atajito de cabras. Algo grave debió haber pasado para que aquel hombre que había sido capitán de meseros ahora viviera solo en aquel rancho. Sin embargo su esmerada educación, sus atenciones y sus buenos modales eran evidentes, Víctor Chávez, era un hombre muy atento y educado. Tenía el don de saber atender a las personas.

El comportamiento de Víctor Chávez le gustó a Jorge Elosúa, además de que al recorrer el rancho vimos muchos animales. Jorge me dijo que no necesitaba ver más y que rentaría ese rancho. Se lo hice saber a Víctor Chávez y muy contentos regresamos a la casa del rancho.

Realmente se notaba y era evidente que Víctor Chávez en otros años había trabajado en un restaurant de gran lujo, ya que era un hombre muy limpio y cuidadoso de su persona y también en su vivienda. El interior de su casa era modesto pero exageradamente limpio y ordenado, dentro de su sencillez se notaba su  buen gusto. Eso también le agradó a Jorge Elosúa, quien tenía pensado llevar a ese rancho a sus hijos pequeños y por ello le gustó que el lugar estuviera muy limpio y ordenado.

Para rematar exitosamente aquella tarde, Víctor Chávez amasó harina y como en la chimenea siempre había brasas, puso un comal y en unos minutos nos preparó unas excelentes tortillas de harina con un poco de mantequilla y queso de cabra recién hecho, acompañadas de una tasa de café de olla. Los platos muy limpios, el mantel impecable. Qué excelente manera de festejar la renta del rancho. 

Platicamos una media hora y casi obscureciendo nos despedimos de Víctor Chávez, quien se quedó solo en su rancho. Subimos al camión y como aún había algo de luz, Jorge Elosúa y yo subimos al tablón colocado sobre las redilas. Marcos manejaba y lo hacía con cuidado ya que aún había charcos y lodo en las brechas. Desde nuestro asiento elevado le anticipábamos hacia donde mover el camión, gritándole izquierda ó derecha según fuera el caso.

Estábamos a unos cuantos minutos de que obscureciera cuando en medio de la brecha apareció un enorme charco. Rápidamente gritamos izquierda, pero Marcos dudó por un momento y no detuvo la marcha. Volvimos a gritar izquierda pero Marcos reaccionó tarde y giró el volante a destiempo.

Lo deseable es que él  hubiera detenido la marcha y luego regresar en reversa el camión unos dos o tres metros para voltear luego a la izquierda; pero no lo hizo así, pues Marcos volteó a la izquierda cuando ya estaba prácticamente dentro de lo que parecía era un enrome charco.

Tres semanas después, cuando fuimos a sacar el camión doble rodado nos dimos cuenta que no era un charco, era una noria que estaban excavando. Como días antes había estado lloviendo se había llenado de agua y lo que a simple vista creías que era un charco de agua, era un pozo de más de dos metros de profundidad. 

La llanta delantera derecha del camión quedó prácticamente en el centro de aquel hoyo lleno de agua y lodo. El golpe del camión al caer en el pozo fue muy fuerte y Jorge Elosúa y yo saltamos sobre el tablón y caímos al piso de madera dentro de  la caja del doble rodado.

El camión de redilas se detuvo bruscamente pues toda la llanta derecha había quedado dentro del hoyo. Es decir el camión quedó empinado grotescamente hacia adelante. En ese momento no supimos qué había pasado, simplemente nos dimos cuenta que aquel camión no saldría de ese lodazal.

Tres semanas después se necesitó de seis personas, dos gatos de lagartija, varias palas y unos talaches, así como cuerdas gruesas y dos camionetas, además de tres horas de trabajo para poder sacar el camión doble rodado de aquel pozo cuando el agua ya había bajado de nivel.

La tarde-noche de esa historia, de lo único que estábamos seguros es que nosotros tres nada podríamos hacer y que sería imposible para nosotros sacar el camión del hoyo. Una de las grandes enseñanzas que nos da el monte y la cacería es aprender a reconocer nuestras limitaciones y nuestras derrotas.

Eran pasadas las ocho de la noche cuando supimos que estábamos a unos 33 kilómetros de la camioneta Grand Cherokee. Eran 26 kilómetros por la Línea del Gas y aún nos faltarían 6 kilómetros para llegar a la Laguna Larga de las Tripas; en donde está la segunda estación de bombeo.

No había teléfonos, radios ni medio de comunicación alguno, Por ello no teníamos manera de avisar a nuestras familias que no podríamos volver a nuestras casas aquella noche. Mirábamos el camión con la llanta hundida dentro de aquel pozo de agua. Nada que hiciéramos lograría sacarlo de ahí. Evaluamos nuestras opciones.

Una podría ser regresarnos caminando a la casa de Víctor Chávez  y pasar ahí la noche; pero aunque llegáramos a su casa no solucionaríamos el problema, pues seguiríamos varados y sin poder llegar a la camioneta Grand Cherokee, y lo más importante: no avisaríamos a nuestras familias. Víctor Chávez estaba sólo en el rancho y no contaba con ningún vehículo de motor, el alimento se lo llevaba mensualmente un hermano suyo que iba a visitarlo y a llevarle provisiones, Por eso  en el rancho no había ningún vehículo.

Como eso no solucionaba nuestro problema, optamos mejor por caminar hacia la Brecha del Gas, pensando que posiblemente –aunque era una posibilidad remota– pudiera pasar alguna camioneta que nos llevara hasta la Grand Cherokee.

Nos dimos prisa y caminamos rumbo a la Brecha del Gas. Cruzamos la laguna conocida como Laguna Larga de las Tripas. Nuestra mirada recorría esa gran planicie anhelando ver el esperado reflejo de las luces de alguna camioneta; pero nada, todo era obscuridad.

Y para colmo de males y abundancia de nuestra mala suerte, a eso de las 9 de la noche empezaron los relámpagos y se desató una lluvia torrencial. Con el aguacero se terminó toda posibilidad de que alguna camioneta transitara por la Brecha del Gas. Así nos dimos cuenta que tendríamos que pasar la noche entre el monte y mojados.

Eran casi las diez de la noche cuando al fin alcanzamos la famosísima Brecha del Gas. Justamente en el sitio en donde la brecha parte en dos la Laguna Larga de las Tripas. Coincidentemente, en ese sitio está también una caseta de bombeo abandonada. La caseta de bombeo era un cuarto de tres por tres metros, en su interior alguna vez estuvieron las válvulas y llaves de paso que hacían posible el bombeo del gas procedente de Laredo, Texas, hasta la región carbonífera, en Nueva Rosita, Sabinas y Muzquiz, Coahuila. Pero en ese momento la estación de bombeo era un cuarto en ruinas y en total abandono. No llevábamos lámparas ni herramienta alguna, así que con unas ramas improvisé una escoba y barrí el  piso del cuarto.

Yo me disponía a tirarme en el suelo recién barrido, cuando Jorge Elosúa me preguntó qué cuál era el plan… ¡¿El plan?!

Su pregunta me desconcertó, mi plan era simplemente quedarme a dormir ahí y a la mañana siguiente esperar a que pasara alguna camioneta. Él me dijo que necesitaba que esa misma noche se le avisara telefónicamente a su familia que él estaba bien y que al día siguiente regresaría sin mayor problema.

Le expliqué que el teléfono público más cercano estaba hasta el Puente Colombia, afuera del Banco llamado Banjercito, y había otro teléfono público  afuera de la gasolinera también en el Puente Colombia. Le dije que debido a la lluvia, ninguna camioneta se movería por esas brechas de terracería, es decir, no había ninguna opción de que alguien nos ayudara.

La única opción era… caminar… ¡los 27 kilometros! para llegar hasta la Grand Cherokee y de ahí ir a Colombia a hablar por teléfono, a fin  de tranquilizar a la familia de Jorge Elosúa y de paso avisar también a mi familia que estábamos bien.

Me quedó perfectamente claro que quien iba a hacer la caminata era yo.

También me quedó claro que me iba a ir solo, pues Marcos y Jorge Elosúa se quedarían en la casita de la estación de bombeo. No me molestó que fuera así pues era yo quien los había llevado a ese lugar e indirectamente era mi culpa que estuviéramos varados en ese remoto lugar, así que ahora era mi obligación darle  una solución al problema. No lo pensé más, me puse de pie y le dije a Jorge Elosúa que él se quedara con Marcos en la estación de bombeo, que yo caminaría por toda la Brecha del Gas hasta llegar a la Grand Cherokee. Hicimos cuenta de los kilómetros y determinamos  que un hombre puede recorrer de 4 a 5 kilómetros por hora. Eso quería decir que iba a necesitar cuando menos de cinco horas de caminata para llegar a la camioneta. En realidad necesite de seis y media horas pues la noche estaba obscura y no tenía lámpara. Tuve que caminar totalmente a obscuras y eso me obligó a ir más despacio para evitar tropezar o pisar mal y lastimarme un pie.

Nos separamos y ellos dos se quedaron solos en medio de la Laguna Larga de las Tripas. 

Yo empecé a caminar, eran las 11 de la noche con 20 minutos. Afortunadamente en aquellos años, la Brecha del Gas ya era un camino con buen mantenimiento. Todo fue que mis ojos se acostumbraran a la obscuridad y empecé la caminata.

La lluvia empezó a eso de la una de la mañana. Fue una lluvia corta –duró una media hora– pero intensa que me hizo el recorrido más incómodo por lo mojado de mi ropa y lo resbaladizo del suelo.

Aunque fuera despacio iba avanzando, terminé de andar el ejido La Constructiva y pase por La Chancaca que es una parte de lomas. Al terminar La Chancaca está la puerta del rancho San José, de Juan Francisco Flores Alvarado (q.e.p.d.), frente a ese rancho está lo que es ahora el rancho Las Víboras. Justamente ahí me detuve… eran pasadas las dos de la mañana. Me senté un rato en el suelo a descansar. Por la ropa empapada y lo fresco del suelo húmedo, empecé a sentir dolores en las rodillas. De inmediato me levanté, hice algunas flexiones y seguí caminando.

Al empezar a bajar la loma me di cuenta de que ya estaba en los terrenos de El Llano y La Bandera, rancho que perteneció a don Ricardo Morales, quizá el introductor de ganado más grande que ha existido en Nuevo León. Ahora El Llano y La Bandera son propiedad de Arturo Serna.

Cuando llegué a la puerta de ese rancho me detuve frente a la pared de block que enmarcaba el portón. Sentí movimientos en la pradera que está al inicio y noté que eran coyotes que andaban retozando. Estuve unos minutos en la puerta, ya pasaban de las tres de la mañana, estuve tentado a detenerme, descansar un poco y quizá dormir unos 20 minutos. Afortunadamente desistí de la idea, me retiré de la cerca, volví a la brecha y seguí caminando.

Pasé luego frente a la puerta de Los Leones, rancho de Toni Morales, más adelante estaba la otra estación de bombeo. Seguí adelante, ahora iba más despacio pues las ampollas en la planta del pie me empezaban a doler a cada paso. Así pasé El Chapote y contunué el cerco alto de los Juárez. Ya eran las cinco de la mañana, tenía seis horas caminando y en la siguiente hora amanecería.

La Grand Cherokee se había quedado estacionada frente al rancho de don Paco Cárdenas. Estaba queriendo amanecer, me detuve un momento y me senté en el suelo.

Me dio gusto ver salir dos venadas que se quedaron paradas en medio de la famosísima Brecha del Gas. Las venadas ni atención me pusieron, yo me quité las botas y me acomodé los calcetines procurando que me molestaran lo menos posible las ampollas en las plantas. Me reproché por no usar bota de cintas, ya que es mi costumbre usar bota rooper o bota vaquera. De haber llevado bota con cintas no me hubiera ampollado pues el pie no se mueve dentro del zapato; pero ni hablar, me levanté y sentí dolor en las rodillas, con lentitud empecé a caminar. Las dos venadas se me quedaron viendo, me bufaron y se saltaron el alambre para internarse en el monte.

Subí la loma, ya en los terrenos de Don Paco Cárdenas, y abajo, a unos 700 metros, estaba la camioneta Grand Cherokee. En ese momento ya estaba totalmente amanecido.

Caminé lo más rápido que me permitían mis ampollas, me quité el sombrero de fieltro negro que traía, estaba totalmente deformado por la lluvia. Con el sombrero hice señas para llamar la atención del empleado de Jorge Elosúa.

Yo esperaba que la camioneta se acercara a mi… y no fue así. Recorrí los últimos metros hasta la camioneta. Adentro estaba el empleado, tenía en sus manos la “ele” que se utiliza para quitar las llantas, tenía el vidrio ligeramente bajado.

–¿Qué le hiciste al licenciado? –me preguntaba a gritos.
De pronto abrió la puerta de la Grand Cherokee y se bajó con la ele en la mano, amenazándome.
–¿En dónde está el Licenciado, porqué no viene Marcos? –Me preguntaba con ansia.
Me di cuenta que aquel hombre estaba en estado de shock. Entendí que había pasado la noche sólo, en medio de la nada y no sabía en dónde estaban su patrón y su compañero de trabajo.

Tenía toda la razón de gritarme y reclamarme. Le hablé con calma y le pedí que se tranquilizara. Le hice ver que yo no estaba armado. Me senté en el suelo y le dije que me iba a quitar las botas para que me viera las ampollas. Cuando vio las plantas y los talones de mis dos pies, se me acercó ya más calmado.

–¿Qué les pasó? –me preguntó.
Rápidamente le conté que el camión se nos había quedado atascado en un pozo, que Jorge Elosúa y Marcos, su chofer, estaban bien y que se habían quedado en una estación de bombeo, que yo había ido caminando a buscar ayuda.

Aquel muchacho entendió rápido la historia y me ayudó a ponerme de pie. Subimos a la Grand Cherokee y a toda velocidad nos encaminamos hacia el Puente Internacional Colombia.

Llegamos a eso de las 7 de la mañana al banco llamado Banjército. Afuera de ese lugar había un teléfono público.
Entonces no había celulares ni nextel como ahora, se tenía que hablar de los teléfonos públicos que funcionaban con monedas.

Frente al banco Banjército estaba un puesto de tacos que apenas estaba abriendo. Me bajé de la camioneta Grand Cherokee frente al puesto de tacos, debo decirles que la Grand Cherokee,  además de ser último modelo, era de lujo. Tan nueva estaba que los asientos aún tenían el plástico que los cubre cuando salen de la agencia y las gentes que estaban en el puesto de tacos, al verme bajar de la lujosa camioneta, no podían creer lo que veían: un hombre con el pantalón todo enlodado, la camisa mal fajada y un sombrero negro deformado y empapado; y que además caminaba cojeando y se veía adolorido.

También se bajó el chofer, que aunque estaba limpio, su presencia no correspondía al tipo de personas que debieran conducir una camioneta tan elegante y lujosa.

Me acerqué al encargado del puesto de tacos y le pedí que me cambiara un billete por monedas. Más por miedo que por ganas de ayudarme, me cambió el billete y me dió las monedas.

El empleado de Jorge Elosúa y yo cruzamos la calle y nos paramos afuera del banco Banjército para depositar las monedas en el teléfono público y hacer la llamada de Larga Distancia. Él me decía los números y yo los marcaba con rapidez. Me contestaron en la casa de Jorge Elosúa y les di la buena noticia de que estaba bien y que todo se había ocasionado por el camión que cayó en el pozo. Aún estaba hablando cuando una mano ruda me tomó por el cuello y me estrelló la cabeza contra el teléfono público.

El golpe estuvo fuerte y me dejó atontado. Con la otra mano me sujetaron por la espalda y me torcieron el brazo.

–¿Donde chingados se robaron esa camioneta? –me gritaba un corpulento policía… de los judiciales de aquellos años.
–¿A quién le estas hablando. P´a dónde llevan la camioneta?
Me dio mucho coraje que nos confundieran con ladrones de autos. Como pude, le expliqué lo que había pasado y le dije que precisamente estaba hablando por teléfono con la familia del dueño de la camioneta, explicándole que todo estaba bien.

Los dos agentes judiciales se miraban uno a otro entre dudando y creyendo la versión que les daba. Aproveché su duda para exigirles que tomaran la bocina que había quedado colgando y que confirmaran mi versión.

Afortunadamente, en un par de segundos les confirmaron que no éramos ladrones de autos. El empleado de Jorge Elosúa los comunicó también a Química del Golfo y todo el asunto quedó aclarado.

El par de agentes Judiciales que estaban comisionados a vigilar el banco Banjercito y que minutos antes nos habían golpeado, ahora no hallaban la forma de halagarnos. Nos llevaron al puesto de tacos y nos pidieron tacos y refrescos.

En segundos pasamos de villanos a héroes.

–¡Vamos a rescatar al señor Elosúa!  –nos dijo el policía judicial, apurándonos para que nos comiéramos rápido los tacos.
–¿De qué lo vas a rescatar? –le dije –lo único que necesita es ésta camioneta y antes de ir por él iremos a Colombia a avisar a nuestras familias.

Los dos policías judiciales insistieron en acompañarnos.
–Cada quien en su carro –les advertí.

Nosotros nos fuimos en la Grand Cherokee de doble tracción y ellos nos seguían en un carro Chrysler Spirit de color dorado, que eran las patrullas de aquellos años.

¡Qué friega le pusieron a ese carro los dos judiciales! Le arrancaron la defensa de adelante en el lodazal que había en la brecha por la lluvia que había caído durante la noche.

Finalmente llegamos a la estación de bombeo cuando pasaban de las ocho y media de la mañana. Jorge Elosúa y Marcos estaban bien. Les dio mucho gusto saber que ya se había avisado a sus familias y que todos estaban tranquilos y en espera de nuestro regreso a Monterrey, en unas cuantas horas.

A los judiciales los dejamos batallando entre el lodazal, nomás por la forma tan violenta en que nos trataron, y regresamos contentos a Monterrey.

Unos días después Jorge Elosúa me visitó y me regaló un hermoso cuchillo de campo. Me dijo que era una muestra de amistad y de agradecimiento.

Jorge fue a cazar con sus hijos a ese rancho. Tuvieron una temporada afortunada y cazaron buenos venados.

Los buenos momentos posteriores hicieron que se olvidara aquella noche en que el camión de Química del Golfo se nos cayó en el pozo.


1 comentario:

  1. PATRICIO ALFONSO GARCIA3 de julio de 2014, 15:51

    QUE BUENAS HISTORIAS DE JESUS, DEBERIAS ESCRIBIR UN LIBRO QUE BUENA FALTA NOS HACE A LOS CAZADORES NOVATOS

    ResponderEliminar