lunes, 2 de septiembre de 2013

El pozo de las tarántulas

Se iniciaba la década de los años 70 y era yo un jovencito de apenas 17 años. La cacería era para mí una experiencia grandiosa. Salir al campo, conocer ranchos, ver los animales y tener la posibilidad de cazarlos era algo maravilloso; pero...
Pero… pero… había que cazar de noche.
Eso no me gustaba. Y no me gustaba simplemente porque el monte me daba miedo de noche. En ese entonces yo no sabía si era legal o ilegal cazar de noche. Todas las personas que yo conocía lo hacían. Eran personas buenas, honradas. Eran profesionistas, comerciantes; en pocas palabras eran gente de bien.
El que cazaran de noche no los convertía en delincuentes. La gente en el siglo pasado en los años 60 y 70 cazaba de noche porque era la costumbre. Y más bien lo hacíamos porque no sabíamos cómo cazar de día. La costumbre en aquellos años era escoger un rancho o un ejido a dónde ir, llegar casi al obscurecer y ponerse de acuerdo con los lugareños. La gente del ejido o de los ranchos siempre estaba dispuesta a servirte de guía. Les gustaba que llegara el grupo de cazadores. Se prendía una lumbre, se calentaban los lonches que llevábamos, y algunas veces se asaban elotes que se cortaban en ese momento de las labores. La idea era hacer tiempo, esperar a que dieran cuando menos las once de la noche para empezar a fanalear. También se llevaba una botella de tequila, pero ya sabíamos que había que racionar lo para evitar que los guías del rancho o del ejido se emborracharan. Era un trago por cabeza y guardábamos la botella, les decíamos que había que guardar el resto para el festejo, cuando cazáramos el primer venado.
En esa ocasión llegamos a un lugar conocido como Estación Huertas. Es un ejido que corresponde al municipio de Montemorelos y queda prácticamente en la margen del río Cabezones. Éste ejido tiene la vía del tren que va a Tampico por un lado, colinda también con el rancho Santa Ana, de la familia Barragán, uno de los primeros ranchos que se “enmallaron” en Nuevo León.
Los ejidatarios tenían temor de acercarse a Santa Ana, pues si los sorprendían les mandaban a la policía rural. Pero el ejido comprendía unas 1,800 hectáreas y como los ejidatarios sembraban maíz y frijol, había mucho venado y pecarí de collar en las labores ejidales, no teníamos para que molestar a la familia Barragán y así evitábamos problemas.
Aquella noche llegamos en un camión de redilas y en un automóvil Barracuda. El camino para llegar hasta las casas del ejido siempre estuvo en muy buenas condiciones. Llegamos a las casas de los hermanos Antonio y Juan Luna como a las nueve de la noche; ellos siempre estaban dispuestos a acompañarnos y servirnos como guías.
Nos pusimos de acuerdo y acordamos que iríamos a unas labores en donde había maíz sembrado. A eso de las diez de la noche llegamos a la labor. Uno de los cazadores, de nombre Guadalupe Castillo, se puso a cortar elotes, otros encendieron una enorme fogata y pusieron las cañas del maíz con todo y las mazorcas. Al poco rato comíamos unos deliciosos elotes asados.
La lumbre se fue apagando y como se habían puesto las cañas de maíz había mucho “verde” y en consecuencia mucho humo. Yo estaba sentado encuclillas como todos los demás; pero el maldito humo me molestaba en los ojos. Me aguanté un rato pero el viento llevaba el humo directo a mi rostro y los ojos me lloraban.
«Qué necesidad tengo de aguantar este mendigo humo en la cara» Pensé y de inmediato me levanté y me cambié de lugar.
Estuve unos minutos en paz, pero increíblemente el viento me volvió a llevar el humo a la cara. Me aguanté otro rato pero la molestia era grande.
Con los ojos llorosos por el humo me levanté y decidí cambiarme de lugar a un lado opuesto, buscando con ello terminar ya con la molestia. Les di la vuelta a todos y caminé entre la obscuridad tratando de encontrar un sitio en el que el humo ya no me diera en la cara.
El brillo de la hoguera, mis ojos enrojecidos por el humo y la noche obscura, hicieron que caminara prácticamente como un ciego, sin fijarme hacia donde me dirigía. Caminaba arrastrando un poco el pie, a propósito para evitar tropezar, pero al dar el siguiente paso algo ocurrió.
Mi pie ya no encontró apoyo. El piso se había terminado y mi pie quedó en el viento.
Traté de equilibrarme... no pude; sentí que volaba.
Vino la caída: un metro, dos, tres, cuatro. Luego me estrellé contra el piso.
Me dolía la cadera y las costillas, como pude me enderecé. Escuché gritos afuera del pozo.
‪—Este cabrón se cayó al pozo, hay que sacarlo ‪—dijo en voz alta uno de los ejidatarios.
‪—¿Pos cómo fue que no miró tamaño pozo? ‪—dijo otro.
‪—Aquí vamos a hacer una noria pa´ regar el maíz ‪—explicó otro de los ejidatarios.
Los cazadores se pusieron de pie rápidamente, se acercaron con cuidado a la orilla del pozo y me preguntaban si estaba lastimado. Gracias a mis 17 años ‪—y a que no estaba gordo­‪— pude ponerme de pie. Me dolían las costillas y la cadera, pero no tenía fractura alguna.
‪—¡Ayúdenme a salir! ‪—grité.
‪—¡Ahí vamos… andamos buscando un mecate! ‪—me contestaron.
Yo estaba ya de pie y listo esperando el mecate, entonces recordé que traía en la cintura mi pila seca y la lámpara de cabeza. La encendí y alucé al piso del pozo, pensando que tal vez en la caída podría haber tirado algún objeto. Cuando la luz de la lámpara iluminó el piso del pozo, vi algo que me estremeció.
Sentí en ese momento una sensación de horror. A la luz de mi lámpara vi unas tarántulas que estaban entre mis botas y se movían de un lado a otro entre mis pies. No sabía qué hacer, saltaba en un solo pie y trataba de encontrar algo que me ayudara a no estar parado dentro de aquel pozo lleno de tarántulas. Debían de ser unas siete u ocho tarántulas… pero a mí se me hacían miles.
Imagínense Ustedes a un muchacho citadino en sus primeras salidas al monte. Antes de esa noche jamás había visto una tarántula más que en dibujos. Ahora las tenía entre mis pies. Lo más angustiante era la sensación de imaginarlas ya subiendo por mis piernas.
Los gritos de mis compañeros me alertaron para que viera el mecate que ya estaba colgando dentro de aquel pozo. Ellos, desde afuera, también veían las tarántulas moverse.
¡Agarra el mecate! me gritaban.
Como pude lo agarré con las dos manos y les grité que me subieran rápido. El primer jalón me levantó del piso. Con mis pies me apoyé en las paredes del pozo y al tercer tirón ya estaba prácticamente afuera. Los brazos de mis amigos me jalaron con energía. Me sentaron en el piso.
Al fin estaba afuera del maldito pozo de las tarántulas. Me preguntaron si no estaba quebrado, les respondí que estaba bien. Me tocaron las piernas y los brazos para cerciorarse que no me hubiera fracturado y después de eso todos se calmaron, el único que seguía temblando era yo, sentía que las tarántulas aún estaban subiendo por mis piernas. Un trago de tequila ayudó a tranquilizarme.
En ese momento se empezaron a formar las parejas de cazadores para iniciar la cacería nocturna. Tal vez tratando de compensar el buen susto que me había llevado con la caída en el pozo de las tarántulas, esa noche me permitieron fanalear en la mejor labor del ejido Estación Huertas. Y por si fuera poco, los dos mejores guías, Toño y Juan Luna, me fueron asignados como compañeros esa noche.
Nos separamos y los otros dos cazadores salieron con sus guías. Toño Luna, su hermano Juan y yo nos dirigimos a la labor que nos correspondió. Me advirtieron que había muchas “monas de rastrojo”.
La “mona” o “gavilla”, es el nombre que el campesino le da a unos montones de cañas de maíz prácticamente secas que pone en posición vertical entrelazadas unas con otras. Esas “monas de rastrojo” equivaldrían actualmente a comederos, pues las cañas de maíz conservan las mazorcas en proceso de secado. Por esa razón, esa labor en la que cazaríamos esa noche era la mejor, pues por tener maíz, sin duda tendría también venados, pues las mazorcas le daban un mayor atractivo para acercarse a los venados.
La labor debe haber sido de unas siete u ocho hectáreas y era rectangular, angosta y muy alargada. Con la luz de mi lámpara recorríamos lentamente aquella labor. No tardamos mucho en ver los primeros destellos de luz, era el reflejo que producían los ojos de las venadas que se veían claros, muy semejantes a una estrella.
Caminábamos lentamente porque así debe ser; además íbamos lento porque la tierra arada nos impedía caminar más rápido. Entre unas “monas” o “gavillas” de rastrojo vi unos ojos que centellaban en color amarillo rojizo, eran diferentes a los que parecían estrellas.
Ahí ´ta. Un macho me dijo Toño Luna.
Vete acercando dijo su hermano Juan en voz baja.
Caminábamos ahora más lento evitando hacer ruido. Sin embargo había varas de rastrojo en piso que al pisarlas tronaban haciendo ruido.
-Acércate más insistía Juan Luna, cuando yo me detuve y encaré mi rifle.
En ese momento nos dimos cuenta que el venado macho estaba echado. La luz de mi lámpara lo iluminó completo, pues cuando mucho estaría a unos 30 o 40 metros de distancia. Notamos también que era un venado joven y lucía una canasta de astas pequeña; pero para un jovencito de 17 años, como era yo en aquel entonces, ese venadillo significaba un gran trofeo así que encaré mi rifle Winchester 30-30 de palanca y sin lente, como se usaba en aquellos años; trataba de que la mira abierta de mi rifle quedará alineada con el haz de luz. Ya estaba a punto de disparar, cuando escuchamos un ruido extraño y fuerte que me asustó y me hizo que bajara el rifle. Sentimos cómo la cerca de alambre de púas se sacudía y se estremecía haciendo a los alambres de púas vibrar y producir aquel ruido.
El venadito, que hasta entonces había estado echado, al escuchar el ruido de la cerca se puso de pie de un salto. Toño y Juan se quedaron quietos escuchando el sonido y tratando de adivinar qué ocurría. En silencio miraron a la cerca, yo noté que aquel ruido nos distrajo a todos. Al ver que el venadito se levantó yo le apunté e iba a dispararle antes de que se fuera.
Párate, no le tires me dijo Toño Luna.
¿Por qué no? e pregunté yo intrigado venimos a cazar venados ¿por qué no le puedo tirar?
No le tires a éste, espérate, porque se acaba de lazar uno en la cerca respondió con mucha seguridad.
Mi mente de jovencito citadino e inexperto no me permitía entender qué estaba pasando en ese momento. Los dos ejidatarios se encaminaron rápidamente hacia el extremo de la labor en donde se escuchaba el sonido que se generaba con los jalones a los alambres de púas del cerco perimetral. Toño Luna, quien también llevaba una lámpara sujeta en su cabeza, aluzó hacia el punto de dónde provenía el sonido. En su mente estaba interpretaba los sonidos, la intensidad, la frecuencia...
Ta´ bien lazado un venado, camínale rápido pa´ la cerca. ¡Muévele!
Batallamos para caminar entre la tierra arada hasta que nos acercamos al venado lazado en la cerca de púas. Es necesario que explique que los ejidatarios, o algunos rancheros que no cuentan con rifles o escopetas, cazan sus venados utilizando lazos. Se les llama “lazos matreros”.
Es una trampa mortal para el animal que cae en uno de ellos. El lazo es un aro que asemeja un lazo vaquero. Tiene una hondilla que la hacen con las terminales que sujetan las baterías de los automóviles. El lazo se hace con cables de frenos de bicicleta. Una vez que el ranchero ya hizo el lazo, elige un buen pasadero y ahí lo coloca. Clava en el piso una estaca de madera o metálica bastante maciza y profunda, debe de enterrarla más de un metro y sujeta a ella el “lazo matrero”. La idea es que cuando el venado pase por entre la cerca de alambre de púas, introduzca parte de su cuerpo en el lazo. Como la terminal de la batería es ancha, el cable corre muy rápido a través de ella. Por eso, cuando el animal se incorpora inmediatamente, el cable lo sujeta. Y como el cable está atado a la estaca enterrada es prácticamente imposible que pueda escapar.
Sin embargo hay animales muy corpulentos que luchan por escapar y en algunas ocasiones revientan el cable o sacan la estaca, aunque esto es poco común que ocurra.
Pero volviendo a esa noche en el Ejido Estación Huertas, el venado efectivamente estaba lazado. Lo vimos con la luz de las dos lámparas.
Tá bien chingón... tá bien chingón repetía Toño con un típico sonsonete norestense en la voz.
En ese momento puse atención al venado estaba lazado de las astas. Con los jalones ya había quebrado dos estantes de la cerca y los alambres de púas estaban enredados, pues el venado estiraba en algún momento desde dentro de la labor y luego lo hacía desde afuera.
Era un guerrero que se resistía a ser sometido por esa trampa. Sería una mentira si digo que le conté las puntas, no hice eso, pero al verlo me di cuenta de que tenía muchas.
¡Ya suénale porque se va, tírale! me decía Juan.
Apúntale bien en las paletas susurraba Toño.
Pero aún con las voces tan bajas, el venado se alteraba y se sacudía sin permitirme apuntarle.
Al fin, luego de una violenta sacudida, el venado se quedó quieto. Disparé y volvió a sacudirse con fiereza.
¡Suéltale otro! me ordenaba impaciente Juan Luna.
Tras unos segundos de jaloneos y tirones con los alambres,el venado ya herido, volvió a detenerse y todos apreciamos una mancha de sangre en su paleta. Mi Winchester 30-30 disparó un segundo tiro y un plomo de 150 granos impactó al enorme venado que esta vez cayó y se quedó inmóvil.
El silencio invadió aquella labor. Me ordenaron que apagara mi lámpara de cabeza y Toño también apagó la suya.
Con una pequeña linterna de mano nos fuimos acercando al venado. Todos íbamos en silencio, siento que la descarga de adrenalina que tuvimos nos agotó. Llegamos junto al venado de la subespecie miqihuanensis que había abatido. Tenía siete puntas de un lado y cinco del otro, incluyendo un arete muy extraño que salía de la vela principal y en vez de bajar iba hacia adelante.
Así terminó aquella noche…. Toño y Juan Luna recogieron uno de los estantes rotos de la cerca, luego le quitaron el lazo matrero de los cuernos a mi venado y lo sujetaron por las patas al estante. Yo venía adelante y con la lámpara de mano les aluzaba el camino. «Matador no puede ser cargador» decían alegremente mientras cargaban mi venado por entre la tierra arada.
Aquella noche me enseñó mucho sobre la cacería. Confirmé que la suerte” juega un papel muy importante en ésta actividad. En unos cuantos segundos conocí dos maneras de cazar, ambas reprobables: la luz artificial y los lazos. Comprobé su eficacia; pero no me gustó ponerlas en práctica.
Creo que si eres de verdad un cazador, debes permitir que el venado se defienda; dejarlo que haga su juego y si es más listo que tú, simplemente que se vaya, pues te ganó.
Esa noche usé esas técnicas, el fanal y el lazo, pero juro que jamás volví a ponerlas en práctica, no me sentía bien por haberlo hecho. Admito y reconozco con vergüenza que cazar con lazos y fanal es una porquería.
Muchos años después al recorrer los ranchos, me sigo encontrado con “lazos matreros”. Me da tristeza darme cuenta que en pleno siglo XXI, todavía haya quien ponga lazos en las cercas.
Cuando veo los lazos me detengo, los quito y los destruyo y he llegado a poner en su lugar un letrero advirtiendo al que los pone que no lo haga, y no lo he hecho con buenas palabras, ha sido de mentada de madre para arriba y con amenaza de buscarlo y encontrarlo si me pone otro lazo en mis cercos.
Siendo honesto, les diré que ésta historia no me gusta contarla, realmente me avergüenzo de ella. Pero debo de contarla porque forma parte de mi vida. Quisiera que no hubiera pasado, pero pasó. Y ahora muchos, muchos años después, tomo lo bueno que me dejó esa aventura. Porque todo lo malo… tiene bueno. Y lo único bueno de ésta experiencia, es que conocí de primera mano el “cómo se hace”. Ahora nadie me cuenta cómo se caza de noche y nadie me cuenta cómo se pone un lazo en una cerca .
Esto me recuerda que el mejor GUARDIAN DE CAZA… es un “cazador furtivo reformado”.



1 comentario:

  1. Muy buena historia a mi me paso algo similar hace aproximadamente 10 años en un rancho entre los límites de Cd. Mier Tamaulipas y Nueva Ciudad Guerrero Tamaulipas ya eran los fines de la temporada de venado y no había cazado nada ya q estaba en espera de un buen animal y estando en mi torre mire entre una nopalera un venado de 7 puntas algo despistado q ni siquiera volteo a la torre y ya q era casi fin de la temporada y no podría ir al rancho a cazar nuevamente decidí disparar apuntando al codillo a lo cual el venado se desplomó en sus propias huellas lo cual se me hizo raro ya q yo había visto a mi padre dispararle a otros venados al codillo y corrían cierta distancia, bueno ya con toda la adrenalina recorriendo mi cuerpo y respiración agitada espere 15 minutos antes de ir a buscar mi animal y cual fue mi sorpresa q al acercarme la cerca de púas se movió violentamente y voltie y mis ojos no daban crédito a lo q miraba era un venado de 8 puntas completamente simétrico y una abertura enorme la cual no medí ya q era un poco joven en ese entonces y no tenía los conocimientos de hoy en día bueno el caso es q el venado estaba atorado de la pierna derecha con los alambres de la cerca yo pienso q al momento de brincar fue cuando su pierna quedo atorada formando un torniquete yo estaba asustado y asombrado al mismo tiempo a lo q me acerq cuidadosamente y a una distancia segura para mi le disparé en el cuello mi padre cuando llego no podía creer el tamaño de aquel venado

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